No me voy a hacer el santito, como esos paladines de la cultura oficial, que dicen que no tienen ordenador, que no saben nada de p2p y que nunca se han bajado ni una simple canción de Internet (y que encima pretenden que les creamos). Prefiero decirlo alto y claro: yo también me he bajado cosas de Megaupload. Aunque por pura cuestión de ideología me mantengo fiel a software como eMule y sus clones, que aunque sean mas lentos, llevan mas estrictamente el tema de compartir entre iguales, alguna vez he hecho de leecher y he usado ese u otro servicio similar. Y no me arrepiento lo más mínimo. Pero no es de eso de lo que quiero hablar ahora. Doy por sentado que a estas alturas, cada cual tendrá ya formada su opinión sobre el tema del intercambio de archivos, el copyright, los derechos de autor y demás. Y el que no se la haya formado, lo siento por el, porque el tiempo de las palabras ya ha pasado.
Supongo también que a estas alturas de la película ya todo el mundo conoce la cadena de acontecimientos de la que hablo: el cierre del servicio de almacenamiento en la nube Megaupload, acusado de fomentar la "piratería" de material sujeto a copyright, y el inmediato y furibundo ataque del colectivo Anonymous contra diversos sitios web gubernamentales de los Estados Unidos, asi como los de varias grandes corporaciones de la industria del entretenimiento. Dejaré para cada cual también el trabajo de juzgar si el sabotaje es un medio de protesta valido en este caso, o si la actuación judicial es proporcionada, ya que perjudica a miles de usuarios que no guardaban allí ningún material susceptible de violar copyriht alguno, y con esta actuación pagan justos por pecadores (si es que es pecado compartir con desconocidos material cultural, cosa que personalmente niego). No ha lugar. De eso también ya se ha hablado todo lo que se tenía que hablar.
Sobre lo que quiero llamar la atención es que hoy se ha producido una ruptura traumática entre dos sociedades que coexistían en el mismo espacio físico, pero se guiaban por sistemas de valores muy distintos, y que hoy, por algo que parece una tontería, han entrado en conflicto puede que de forma insalvable: los conectados y los no conectados. Porque básicamente eso es lo que ha pasado la noche del 19 de enero - madrugada del 20. Que la forma de entender el mundo del siglo XXI, que ya venia friccionando hace tiempo con la mentalidad del siglo XX, ha aprovechado un acontecimiento de relativa importancia en lo global (aunque fastidioso para los usuarios particulares) para dar un puñetazo en la mesa y gritar bien alto: "¡Hasta aquí hemos llegado! ¡Este mundo ahora es nuestro, y vamos a ser nosotros los que marquemos las reglas!"
Se hablará mucho del sentido de la oportunidad, de si era prudente decidir una operación así el día después de una importante protesta cibernética, los teóricos de la conspiración verán en esta cadena de acontecimientos la sombra de manos ocultas, pero el hecho indiscutible es que hoy el siglo XXI ha expresado su voluntad de independizarse definitivamente del XX. Y lo ha hecho dando un grito de ira. El tiempo dirá que sale de todo esto, pero a veces las revoluciones que acaban cambiando el mundo empiezan por nimiedades. Conviene no olvidarlo.
En cualquier caso, si esto es una guerra, yo ya he elegido bando. Remember, remember, the 19 of January
No se por que, pero de pronto me vienen unas ganas de tunear esta imagen...
Y no olvidar, por favor, el principio que se está en entredicho y el que se defiende:
ResponderEliminarEn entredicho el de los derechos de autor, y se defiende la libertad de difusión (ideas, arte, ciencia, etc,)
No se que hubiera pasado si el que inventó un procedimiento para hacer fuego, diseñó el primer hacha de pedernal, codificó las primeras palabras de un lenguaje, tarareó una melodía primigenia, descubrió que las semillas germinan, etc., hubiera reclamado los derechos de autor sobre ello, tal y como ahora se concibe.
Desconozco que sería de la cultura occidental si la Gran Biblioteca de Alejandría o los monasterios medievales hubieran tenido que pagar derechos por los papiros, vitelas y pergaminos copiados sin el correspondiente pago de derechos a sus creadores originales.
Desplazando este concepto al absurdo, el diseño de un edificio o un monumento, o la personalización que cada indivíduo hace de su rostro y aspecto, pueden ser definidos como obras de arte, lo que haría ilegal tomar fotos de ciudades, multitudes y/o personas anónimas sin pagar los derechos correspondientes (que habría que negociar individualmente) por lo que pocas transmisiones de noticias, deportes, películas, etcétera serían realmente legales.
Ningún creador parte desde cero, siempre hay un conocimiento previo legado por alguien mas, y eso tampoco está cuantificado ni valuado en estas leyes.
Al evitar el uso de alternativas viables, si se logra implantar la aplicación de estas leyes, estamos condenados a retrasar por décadas el conocimiento humano, permitiendo además una manipulación social por parte de quienes, teniendo los medios para adquirir los correspondientes derechos, se toman la libertad de establecer que se publica y que no.