jueves, 29 de diciembre de 2016

El blues de la reserva. Magia y rock'n'roll

Probablemente uno de los términos más prostituidos de la historia de la literatura sea el de realismo mágico. Estrictamente hablando, se trataría de aquel subgénero de la literatura fantástica en el que los elementos mágicos o sobrenaturales se integran en la historia sin acaparar el protagonismo, sino manteniéndose en un segundo plano. Como resultado, la trama acostumbra a ser bastante mundana, pero aún así, la magia forma parte fundamental de ella, aunque los personajes normalmente no le dan importancia. Es algo que forma parte de su mundo, y es el lector/espectador el que debe apreciar lo extraordinario del hecho de que, por ejemplo, el protagonista converse habitualmente con el fantasma de algún antepasado y le pida consejo sobre asuntos cotidianos.

A este subgénero fantástico pertenecen grandes clásicos de la literatura universal. Pero son precisamente esos clásicos lo que le dan al término ese aire de comodín ligeramente mercenario. Terry Pratchett decía que realismo mágico solo es una forma elegante de decir literatura fantástica. Es cierto que, mientras que el término literatura fantástica nos hace pensar de inmediato en un género juvenil y ligado al pulp, realismo mágico nos hace pensar en grandes nombres de la literatura, gente como Garcia Marquez o Borges, a los que jamás osaríamos asociar con algo tan comercial e inmaduro como el género fantástico. Una simple cuestión de prejuicios, a fin de cuentas, que no  hace que el realismo mágico deje de ser tan fantasioso como cualquier novela de la saga de Harry Potter.

Pero el realismo mágico también es objeto de prejuicios propios. El más común de ellos queda ejemplarizado en otra frase, esta vez del autor Gene Wolf: el realismo mágico es fantasía escrita en español. Básicamente se da por sentado que, con alguna honrosa excepción, se trata de un género casi exclusivamente latinoamericano. Es por ello que hoy quiero traer un ejemplo de realismo mágico escrito al norte del Río Grande. Aunque algunos me dirán, no sin algo de razón, que hago trampa. Y es que Sherman Alexie, efectivamente, es ciudadano estadounidense, pero no es un gringo, sino un indígena norteamericano. Y quizá por ello, en nuestro imaginario lo percibimos más cerca de la cultura mestiza de Latinoamérica que de la de la Norteamérica anglosajona. Esto, obviamente, no deja de ser otro prejuicio. La obra que traigo aquí, Blues de la Reserva, publicada en 1995, y ganadora en 1996 de uno de los American Book Award, narra las aventuras de un grupo de indígenas norteamericanos que deciden formar su propia banda de rock y lanzarse a la carretera en busca de la fama.